lunes, 22 de octubre de 2007

Censado


Fue un suboficial de la FAP quien censó mi familia. Ya Dusko, un amigo de la Universidad, me había comentado que los voluntarios no habían sido suficientes y que los empleados públicos resultaron obligados a ir a censar. Cosa graciosa, pero predecible. Después de todo, parece que ni en estos días se deja de estafar a la buena fe. De seguro, aún existe más de un censor sin los 10 soles prometidos (unos US$3.3) para el refrigerio.

Al acompañar al suboficial a la puerta me topé con la sorpresa de que, en efecto, la ciudad estaba paralizada. Parecía una película de vaqueros en la escena previa al asalto de los bandidos.


Me provocó salir a tomar unas fotos de las usualmente concurridas avenidas limeñas -que no saben de domingos- de cerca de mi casa. Supuse que la disposición de quedarse en casa (sin castigos establecidos) no detendría a los locos urbanos de siempre. Sin embargo, me había equivocado.

Incluso la carretera Panamericana parecía desierta. De vez en cuando pasaba un solitario auto, como si estuviera perdido.


"Muestras de civismo", dicen algunos. Entre ellos el presidente y el extraño fulano que conversaba con el policía al que me acerqué para averiguar si hubo disturbios o robos. Ninguno, según dijo. Las noticias comentaron que los extranjeros pasearon sorprendidos por las calles desiertas. Y es que, en serio, incluso me pareció ver palomas blancas caminando por la Av. Benavides. En mi opinión, la ciudad aprovechó dilemas estadísticos y oportunidades "cívicas" para descansar.


La Cámara de Comercio de Lima señaló la enorme pérdida de dinero que se sufriría por la parálisis nacional. US$83 millones que dejaron de hacerse. Y es que en Lima -y otras partes del Perú, me atrevo a decir- salir a comprar un domingo hasta las 10 p.m. es algo que damos por sentado. Por ello la sorpresa. Recuerdo lo complicado que era buscar tiendas abiertas un domingo por la tarde en Amsterdam, era cosa de suerte encontrar un Albert Heijn abierto. Ni qué decir de lo que pasaba en Tilburgo.

El toque de queda acabó a las 6 p.m. hora en que llamé a unos amigos para tomarnos un café y salir a conversar. El Starbucks de cerca del Country Club reventaba. Confieso que esperamos por unos 15 minutos sin encontrar sitio. Así, El Urban Cafe del Óvalo Gutiérrez fue nuestro destino, pero -de manera similar al caso anterior- no pasó mucho para que constatemos que ni sus administradores se esperaban tanta gente. Un solo mesero no se iba a dar abasto ni con dos brazos adicionales. Era como si la gente hubiera estado deseosa de salir como de costumbre un domingo y no querían dejar que la noche siguiera igual de ociosa. Hasta las combis y micros volvieron a salir. Los taxis de siempre, sin embargo, eran algo más escasos que de costumbre.

No habían pasado ni 10 horas y Lima había vuelto a despertar.

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